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Albinos en África: vivir entre la luz y la sombra

  • Foto del escritor: Dr. Julio Enrique López Ruigómez
    Dr. Julio Enrique López Ruigómez
  • 16 sept
  • 3 Min. de lectura
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Nacer albino en países como Tanzania, Malawi o Burundi no es sólo un desafío médico, es un riesgo a la vida. Se estima que en África oriental uno de cada 1,400 niños nace con albinismo, una cifra mucho mayor que en el resto del mundo, donde la frecuencia es de uno entre 20,000. A esta realidad biológica se suma otra aún más cruel: en muchas comunidades, las personas albinas son perseguidas, mutiladas y asesinadas para que sus partes del cuerpo sean utilizadas como amuletos en rituales de brujería. El mercado negro los valora de forma inhumana: una extremidad puede alcanzar los 3,000 euros, mientras que un cuerpo completo llega hasta los 60,000.


El albinismo es un trastorno genético que afecta la producción de melanina, el pigmento que da color a la piel, el cabello y los ojos. Esta condición es más frecuente en África debido a que en muchas regiones se conservan altos índices de matrimonios entre comunidades cerradas y poca variabilidad genética. A pesar de los riesgos, muchas personas albinas forman parejas entre sí: “nadie entiende mejor a un albino que otro albino”, cuentan algunos, y así crean familias donde la empatía es la base de la unión.


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Sin embargo, vivir con albinismo no es sencillo. Su piel extremadamente clara los hace vulnerables a desarrollar cáncer de piel a edades tempranas, lo que reduce su expectativa de vida drásticamente en países cercanos al ecuador, donde el sol es inclemente. Además, la mayoría presenta trastornos visuales, fotofobia, miopía severa y un curioso movimiento involuntario de los ojos llamado nistagmo. Para compensarlo, suelen mover la cabeza constantemente, buscando un ángulo en el que la imagen deje de “temblar”.


Pero si los retos médicos no fueran suficientes, está el peligro social. En algunas aldeas, estar cerca de una persona albina se considera de mala suerte. No es raro que les escupan en la cara al cruzárselos, como si ese gesto pudiera “proteger” del mal augurio. Peor aún: hay quienes creen que tener relaciones sexuales con una mujer albina puede curar el VIH, lo que las convierte en víctimas frecuentes de violaciones y, en consecuencia, de contagio del virus. Esta suma de prejuicios, mitos y violencia hace que muchas familias los escondan, los aíslen o, en casos extremos, los entreguen a traficantes por dinero.


El resultado es un círculo vicioso de miedo, aislamiento y daño psicológico. Muchos albinos crecen con ansiedad, desconfianza extrema y una sensación constante de amenaza. La historia, aunque suena medieval, ocurre en pleno siglo XXI.


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Afortunadamente, no todo es oscuridad. Existen escuelas y centros especiales en países como Tanzania, donde los niños y jóvenes albinos no sólo estudian, sino que también viven en condiciones más seguras. Allí reciben atención médica, protección contra el sol, apoyo psicológico y, sobre todo, un entorno donde son tratados como iguales. Son espacios de esperanza en medio de la adversidad.


Con humor entre lágrimas, algunos albinos dicen que la ironía de sus vidas es que la naturaleza los hizo “hijos de la luz”, pero la sociedad los obliga a esconderse en la sombra. La esperanza es que, con el tiempo, la educación y la globalización derrumben estos mitos y supersticiones. Aunque los reportes indican que los ataques han disminuido poco a poco, las atrocidades aún no desaparecen.


¿Un color de piel diferente justifica un trato injusto e inhumano? Los albinos en África nos recuerdan algo incómodo: que la ciencia puede explicar las causas, pero solo la humanidad puede cambiar la mirada.


Tenemos confianza en que las nuevas generaciones traerán cambios importantes en este tema.

 
 
 

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