Gritos en la Noche: El Misterio de Sofía y la Sangre que Nadie Explicaba
- Dr. Julio Enrique López Ruigómez

- 23 sept
- 4 Min. de lectura

Me acuerdo perfectamente de aquella mañana cuando entraron a mi consultorio los padres de Sofía, una niña de 12 años. Parecían más agotados que un médico de guardia después de 48 horas sin dormir. Y no es para menos. Resulta que su hija llevaba diez días despertándose alrededor de las 2 de la madrugada, gritando como si acabara de ver a La Llorona en plena acción. Imagínense el terror de los padres: de un salto, iban corriendo a su habitación, preparados para cualquier cosa: un ladrón, una catástrofe... ya se imaginaban hasta el apocalipsis zombie. Pero cuando entraban, lo que veían no cuadraba para nada con sus expectativas: Sofía, en llanto, con sangre que salía tanto de sus oídos como de su nariz. Y claro, desconcertados, le preguntaban qué había pasado, pero Sofía no tenía ninguna explicación. Una situación de película de terror, pero de esas que no quieres vivir en carne propia.
Después de una semana y pico de madrugadas sangrientas y gritos desgarradores, los papás, con más ojeras que un estudiante en época de exámenes finales, decidieron que ya era hora de buscar ayuda profesional (es decir, la mía). A esas alturas, ya le habían hecho una limpia completa en casa – que, según me contaron, incluyó huevos, rezos y hasta hierbas que no sabía que existían. También habían llamado a un experto en lo paranormal que, según ellos, detectó “una fuerte energía negativa en la casa.” Claro, porque lo lógico después de sangre inexplicable es pensar en fantasmas y demonios, ¿no?
Total, me senté con ellos y con Sofía para hacer el interrogatorio de rigor. Revisé todo: historial médico, revisé cada centímetro de su cuerpo, y solicité estudios por si me estaba perdiendo algo. Nada. Todo salía normal, lo cual no me tranquilizaba para nada. Pedí interconsulta con especialistas en otorrinolaringología, neurología, hematología, gastroenterología, y cualquier "logía" que pudieran imaginar. El resultado: lo que los jóvenes llaman "nada de nada". Todo un equipo médico detrás del misterio, y cero respuestas.
Finalmente, decidí recurrir a una amiga doctora que trabaja en un hospital en Texas. Ella tiene la cabeza más fría que una nevera de quirófano y un ojo clínico afilado. Después de revisar los estudios, me dijo que tal vez Sofía tenía pequeños aneurismas que se rompían por culpa de una mala postura al dormir. ¡Aneurismas! Claro, porque lo primero que se me ocurre cuando alguien sangra en las noches es que tiene mal acomodada la almohada, ¿no? Aunque lo curioso es que mi amiga tampoco estaba convencida de su propio diagnóstico, pero cuando no tienes nada más a mano, hasta las teorías más raras parecen sensatas.

El caso es que, pasaron unos meses sin volver a ver a Sofía por el consultorio. Los padres no aparecieron más, y yo, a falta de respuestas, también seguí con mi rutina de consultas. Hasta que un día, la mamá de Sofía regresó, pero esta vez por un resfriado común y corriente. Hablamos de la niña, y le pregunté cómo seguía, esperando alguna novedad sobre los aneurismas o, peor aún, otra visita del cazafantasmas. Pero lo que me respondió me dejó atónito. La señora, apenada, me confesó que, después de todo el drama, Sofía había revelado que ella misma se estaba provocando las lesiones. Así es, mi querido Watson, la joven se autolesionaba en un proceso conocido como "cutting", que se da en diversos trastornos emocionales y de salud mental.
El cutting es un comportamiento que, aunque alarmante, no es infrecuente, especialmente en adolescentes. Muchas veces, la autolesión es una forma de liberar o canalizar emociones abrumadoras, como el dolor, la ansiedad o la tristeza. En el caso de Sofía, probablemente era su manera de lidiar con algo que no sabía expresar. Y es que, lamentablemente, en esta sociedad donde los filtros de Instagram parecen más importantes que los de la vida real, muchos jóvenes terminan encontrando en la autolesión una válvula de escape. Lo hacen para sentir control, para lidiar con emociones que no saben manejar o para buscar ayuda de manera indirecta.

Pero aquí es donde entra la reflexión. Como médicos, siempre queremos encontrar la explicación fisiológica perfecta, el diagnóstico de libro que resuelva todo. Y claro, ¿Quién no querría decir con seguridad: “Es un aneurisma, hay que operar”? Pero a veces, las respuestas no están en los estudios de sangre, ni en las imágenes de resonancia, ni en el esoterismo de las limpias. A veces, la medicina es tan humana como cualquier otra cosa. El cuerpo puede estar sano, pero la mente… la mente es otro cuento.
Al final, la verdadera lección aquí es que necesitamos mirar más allá de lo visible. No todas las heridas sangran por causas médicas, y no todos los gritos en la noche son fantasmas ni problemas anatómicos. A veces, los gritos son llamados de ayuda que necesitamos escuchar con el corazón.
Así que, la próxima vez que te despiertes a las 2 de la mañana con un grito, tal vez no sea mala idea revisar la salud mental, tanto como la física. Quizá el diagnóstico más complicado no venga de un escáner, sino de una conversación. Y si en la charla sale un fantasma… bueno, ya me pasarán el número del cazafantasmas. Solo para estar seguro, claro.





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